Y además de llorar… ¿qué sabes hacer?
- Ecléctica colectivo multidisciplinario
- 6 ago 2020
- 3 Min. de lectura

Por Mon Rodrigo
“Cansado, ojeroso y sin ilusiones”... reflexivo, frustrado, con un saco en la espalda lleno de remordimiento, auto conmiseración y culpa que me impedía tener la vista al frente; mi mirada, por esos ayeres, siempre regresaba al suelo.
Cuando a lo lejos escuché que alguien se comentaba a sí mismo: “Y además de llorar ¿qué sabes hacer?” Levanté la vista por primera vez en mucho tiempo para ver al interlocutor. A mi mente solo llegó un pensamiento: Yo sé cocinar.

Yo como todos en la vida, he tenido mis malos momentos, mis momentos de incertidumbre y mis momentos donde todo oscurece alrededor y no ves la luz por largo tiempo. Siempre en los momentos difíciles de mi vida, la cocina ha sido mi refugio, cocinar es el oficio que siempre me ha dado mi sustento en tiempos de crisis, donde me olvido de los problemas, donde se detiene el reloj, en donde le pongo mute a la vida cotidiana, me olvido de teléfonos, mensajes y problemas, por un rato soy libre creando, investigando y aprendiendo.
Durante los huracanes Manuel e Ingrid en Guerrero, tras pasar ríos y lagos que se habían convertido las calles, llegue al Centro de Convenciones de Costa Azul para ofrecer mi ayuda como voluntario en el albergue que se había instalado ahí. La primera pregunta que me hizo el militar a cargo fue: “¿qué sabes hacer?” Mi respuesta fue cocinar. Ese fue el inicio de una de las experiencias más sorprendentes de la vida. Una cosa llevó a la otra... ese fin de semana de septiembre en el bello puerto, cambiaría mi vida.
Cuando llegué a Cottolengo, lugar que para estar ahí lo pagas con trabajo, me hicieron la misma pregunta delante de ochenta personajes, cada uno con una historia especial, ¿qué era lo que sabía hacer? mi respuesta fue cocinar; algo que me permitió hacer más llevadera mi estancia en ese lugar inhóspito, que recuerdo con mucho cariño. Me dio estatus, al fin y al cabo; todos quieren al que les da de comer y me sirvió de refugio. Mi hora más feliz del día era llegar a las 4 30 am. Antes que nadie ponía la música a mi gusto, no es que tuviera nada contra la música de Banda, pero oírla todo el día resultaba un poco atosigante y me ponía a adelantar todo para darles desayuno, comida y cena a 80 hambreados.

Después de 6 meses de encierro, cuatro en Cottolengo y dos en Punto de Partida, sin saber qué dirección tomar, una vez más canjeé casa, comida y una lana extra a cambio de cocinar, en una casa de medio camino donde precisamente me tomó desprevenido el temblor de 2017. Con la experiencia en los huracanes en Guerrero, tomé mis pocos ahorros, fui a comprar comida para preparar con la ayuda de mis roomies y nos fuimos a repartir sándwiches, aguas y otras cosas a Jojutla, Morelos. Otra vez una cosa llevó a otra y acabé siendo experto en construcción de casas temporales en siete estados de la República Mexicana.

En los lapsos que por alguna razón no he tenido trabajo fijo, mi forma de mantener y pagar mis gastos ha sido cocinando paellas, ayudando a mi jefa en sus eventos o con los míos propios.
Precisamente en los tiempos de la pandemia, y sus consecuencias, al trabajar en restaurantes, mis ingresos se vieron totalmente afectados. La incertidumbre, la falta de dinero y la ociosidad no son buenos compañeros para mi cabeza pasada de revoluciones. En un momento que me escapé a la azotea para meditar y ver el amanecer, llegó a mi mente la misma pregunta que escuché en ese grupo de autoayuda en Costa Azul en el bello puerto 13 años atrás: ¿Y además de llorar, qué sabes hacer? Mi respuesta fue contundente: cocinar.
Me tocó reinventarme, entrar en el mundo virtual y capotear el temporal de una forma muy digna, gracias a que sé cocinar.
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