Mi más sentido pésame
- Mayte Montero
- 20 ago 2020
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 24 ago 2020

Por Mayte Montero
Es gratificante la existencia de obras arte y saber que están siempre ahí, aguardando al
espectador de manera paciente y silenciosa, comprometidas a responder todas sus preguntas y a fundirlos por un momento, en una experiencia estética, que sin duda, lo lleva a rozar la esencia de la realidad.
Es puntual recordar que el acercamiento que se tiene con una obra de arte nunca es
igual, a pesar de que la obra sigue siendo la misma el receptor va cambiando y los mensajes que recibe en cada aproximación serán asimilados de forma distinta debido a diferentes factores, por citar algunos, como el estado de ánimo, la edad, las vivencias, etc...
Recomiendo a mis lectores, cada tanto recurrir a alguna obra clásica, les garantizo que
su reencuentro siempre valdrá la pena.
En esta ocasión tuve la necesidad de acercarme a una obra de Miguel Ángel y fui
atrapada por La Piedad, mi oficio no me permite narrarles el placer estético que recibo de esta escultura, debo evitar nublar o determinar su interacción con esta pieza, cualquier subjetividad mía podría crear un prejuicio en su percepción, mi tarea será colaborar con ciertas pautas para que puedan establecer un diálogo con esta obra maestra.
Miguel Ángel, dio vida a La Piedad, en 1499 en la ciudad de Florencia. Predestinado a
su genialidad, estuvo inmerso en un microcosmos que impulsó al gremio de los artistas, a centrar toda su atención en la ciencia como un medio enriquecedor de técnicas y promotora de descubrimientos novedosos para la creación artística.

El fin de los creadores, era dejar atrás el estilo tradicional eligiendo el clasicismo greco-
romano como estandarte de su nueva cosmogonía, y cuyo protagonista sería de ahora en adelante el ser humano. Sustituyendo así, al universo teocéntrico que sus antecesores y colegas habían enaltecido en una iconografía que ayudó a imaginar lo que se escapaba a los ojos de los mortales, es decir, lo invisible, lo divino.
Miguel Ángel al igual que sus contemporáneos aceptó el gusto por lo sensible y la
belleza de la naturaleza como herramientas, las cuales, les ayudarían a magnificar al ser
humano, sin embargo es importante mencionar que el naturalismo que adoptarían los artistas florentinos no provendría solo de la constante observación de lo real, sino de la intervención de la imaginación y la memoria del propio artista.
Vemos como nuestro artista perfiló su mirada al universo terrenal logrando conquistar
el cuerpo y la figura humana en todas sus esculturas y dejando ver en sus creaciones un
realismo muy cercano todavía al idealismo.
La Piedad representa en escala natural a la Virgen María sosteniendo en sus brazos a
su hijo Jesucristo muerto, un tema muy valorado ya desde la Edad Media, sobre todo por
artistas alemanes, quienes representaban esta escena en madera, pero será el Renacimiento Italiano quien la trasladara al mármol y la cargará de dramatismo.
Miguel Ángel, decide plasmar y transparentar en una escultura de mármol de 195
centímetros de ancho por 174 centímetros de alto, la pureza de la Virgen María, presentándola con un rostro muy joven. A su vez, se preocupa de elogiar a través de ella, la imagen de la figura materna eternamente protectora, logrando esta alusión por medio del uso de las proporciones, siendo claramente más grande la Virgen que Jesús. Es notable como el artista se sirve de la técnica para expresar su idea, Jesucristo yace muerto en los brazos de su madre, las delicadas cinceladas de Miguel Ángel nos regalan a un personaje que proyecta sutilmente una mezcla entre lo humano y lo divino, nuevamente la tendencia de convivir con un realismo ideal.

La composición de esta obra maestra fue proyectada en un triángulo equilátero con el
propósito de que la atención del espectador se centre en los dos personajes los cuales reposan sobre una base elíptica que completa el equilibrio geométricamente pensado por Miguel Ángel.
La Piedad, a priori sumamente emotiva, no logra transmitir en el espectador una
sensación puramente de tristeza; esto, gracias a la belleza de la composición y la técnica que posee la pieza, que sin duda distraen en cada parpadeo a quien se decide a mirarla. A estos elementos estéticos, el artista le suma el reflejo de una serenidad celestial en los rostros de la Virgen María y Jesucristo, que envuelve al visitante en una confortable y melancólica quietud.
Miguel Ángel, no contento con regalarle a la humanidad una de las obras más bellas de
la historia, participó con un movimiento que impulsó la iniciativa de una nueva concepción del arte: el arte por el arte en si. Se conocen rumores de que nuestro artista de 24 años firmó la escultura ante la sorpresa de que ponían en duda su autoría, entonces imprimió en el lazo que cruza el regazo de la Virgen la siguiente inscripción “Miguel Ángel Buonarroti florentino, lo hizo”, un gesto personal que revolucionaría la historia del arte.
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