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  • Foto del escritor: Ecléctica colectivo multidisciplinario
    Ecléctica colectivo multidisciplinario
  • 2 jul 2020
  • 2 Min. de lectura


Por Agustín Estrada Fernández


“No hay nostalgia mayor que añorar lo que nunca jamás sucedió”, canta Sabina. Tengo para mí que estas palabras explican a la perfección lo que nos ocurre tantas veces a lo largo de la vida, lo que nos hace sentir vacíos, tristes o engañados. Nos engañamos a nosotros mismos para no sufrir, interpretamos como un lo que ni siquiera es un quizás, y dibujamos un espejismo sobre una realidad que en muchas ocasiones se cae a trozos. Es una manera como otra cualquiera de sufrir en diferido, posponer la decepción y usar anteojeras para no ver lo que ocurre alrededor, tratando de mantener cerca lo que se aleja o ya no está. Incluso cuando estamos en el paraíso, anda por allí la serpiente. Quien no tiene nada que perder está preparado para lo peor. En la práctica nos cuesta asumir que tenemos menos de lo que creemos; no cuesta entender que tratamos de salvar la piedra en el tobillo que nos está arrastrando hacia el fondo; cuánto nos empeñamos en protagonizar una película en la que, como mucho, somos secundarios. Qué miedo nos da perder a quien no tenemos, o que terminen historias que no empezaron, y es que tenemos una imaginación a prueba de bombas alentada por el miedo y por no saber estar con nosotros mismos. Esa imaginación que inventa mil excusas para seguir creyendo cuando ya no hay fe, la que disfraza de dios a un ídolo, que nos hace creer que el eco es una respuesta. No podemos perder eso que no tenemos, pero sí deberíamos perder el miedo y dejar en pasado lo que no es presente, y mandar a la fantasía eso que no es real. En menos palabras: añoremos lo que ocurrió, y deseemos lo que ocurrirá, pero no poblemos nuestra nostalgia de mentiras, en todo caso, con ese tiempo que siempre tenemos entre mano, volvamos a los libros, es en ellos donde podremos entendernos mejor y entender mejor a los demás. ¿Es posible leer Cien años de soledad (García- Márquez, Buenos Aires 1967) y no comprender mejor qué significa ser humano? ¿Es posible acercarse a La tía Julia y el escribidor (Vagas Llosa, Lima 1977), ¿y salir con las manos vacías? ¿Se puede seguir sentado en el sillón del resentimiento después de leer El último encuentro (Sandor Marai, Hungía 1942)? La literatura nos permite seguir siendo uno mismo, pero tener a la vez muchos más matices, muchos más registros. Nos ayuda a mirar a la vida desde el mismo lugar desde el que la mirábamos antes y a la vez desde mil lugares nuevos, pero sin dejarnos enamorar por ese espejismo de la nostalgia de aquello que no fue. •AE



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