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Los testigos silenciosos

  • patchave7
  • 20 jul 2021
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 4 ago 2021


Ilustración: I. Fragoso

Por Patricia Chávez

Están en todos lados, ella comentó un día.


Era mágico, decía que mientras más avanzaba en la vida, más entendía que en las personas, como en la naturaleza, cada expresión es única e irrepetible; es decir, que nada es igual.


Por fortuna, desde chiquita, ella pudo entender que lo que hace maravillosa la vida, es la unicidad.


Desde entonces más y con mayor detalle, se fijó en ellos.


Unos eran largos, rectos cual catrines, bien plantados.


Otros bajitos, pachoncitos.


Había los chuecos. Tan retorcidos algunos que parecían un laberinto.


¡Qué delicia! También habían de colores: Naranjas, amarillos, verdes, cafés…y los más lindos, los combinados.


Ja,ja,ja, reía traviesa al describirlos.

Ilustración: A.J. Fragoso

Ella notó que algunos parecían tener ojos.


Otros se asemejaban a familias, ya que salían muchos de un solo espacio.


Unos tan, tan, tan altos, que no alcanzaba a ver hasta donde llegaban.


Algunos lisos; otros arrugaditos como la piel de sus abuelitos.


De texturas cambiantes: cafés, verdes, blancas, grises y hasta naranjas.


Sus cabelleras también variaban.


Le era muy divertido imaginarse peinándolos ¡Los peinados que les haría!


Unos con melenas largas y delgadas. Otros frondosos y mechudos.


Si pones atención, me explicaba, verás que algunos tienen su personalidad.


Hay los protectores, los serios, los gruñones, los alegres, los enamorados…hasta los dicharacheros. Otros en cambio, le inspiraban ternura al verlos tan pequeñitos.


Les platicaba todo lo que se le ocurría y ellos escuchaban como nadie lo hacía en casa.


¿Qué cómo sabía que la escuchaban?


Lo sabía porque algunos asentían con su dulce movimiento. Como quien te dice sí con su cabeza.


Ellos la entendían, y jamás repetían ninguna de sus palabras.


Dependiendo a donde viajaba ella (porque le encantaba viajar) veía más y más de estos testigos silenciosos, en todas partes, todos con su propia huella en cada uno de los caminos.


La cubrían, le decoraban el andar mientras ellas los fotografiaba. Le gustaba tener recuerdos de ellos para nombrarlos y recordarlos.


Ellos se arrullaban con el viento y al moverse en ese vaivén, la hipnotizaban de a poquito.


Ella se sentía tranquila cuando estaba entre ellos. Amaba la quietud que le provocaban, el olor que emitían. Las mil y una formas que le revelaban.


Amaba, hasta las alfombras amarillas que se formaban en otoño, y que crujían bajo sus juguetonas pisadas.


Siempre le recordaban que el tiempo pasaba y jamás se quedaba quieto. Eran como un reloj colorido.


Mientras fue encariñándose con ellos y observándolos a través de los años, ella me llegó a asegurar que tienen alma. Que escuchan. Que nos han escuchado por miles de años. Que guardan nuestros secretos, que sólo entre ellos los comparten.


Dijo también que son sabios guardianes de quienes los reconocen.


Que les duele lo que nos duele, y que bailan con nuestro goce.


Me contó que están tan vivos como nosotros.


Que nos cuidan desde siempre y se transforman.


No son únicamente pulmones en la tierra, nuestro hogar.


También se hacen casas, colores para dibujar, fuego para chimeneas, muebles para descansar, postes para columpios.


… ¡Ah!! Y que, en ellos, habitan miles de animales como pajaritos, lagartijas, ardillas, osos koalas (a los que también alimentan).


Que, por eso debemos cuidarlos igual.


Ayudan a que llueva y a que haya ríos. Nos dan sombra cuando hace sol y son paraguas en la lluvia.


¡Sin duda ¡(orgullosa ella presumía)

¡Los árboles son mis mejores amigos!

(A los que ella siempre llamó con ternura)


“Los testigos silenciosos”



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